Fajardo viene a tocar a tu ciudad: Fajardo recibió, hace algún tiempo, una invitación para subir a una catedral. La convocatoria terminaba con un “(…) se enhebra la nota con la fiebre / que retumba. / Aspereza y retablo. / Arriba. //” Fajardo todavía no ha subido a la catedral, en cuerpo. Y alma, todavía ha subido a la catedral. De manera oblicua, ahora son tres arriba. Fajardo te esperaba a ti para la ascensión. Al escribir sobre Fajardo, el tercero excluido es el futuro oyente de su música. Al oír la música de Fajardo, el tercero excluido es el pasado escritor de sus cualidades. Él es el intermediario. La persona que cursó la invitación posiblemente no te conozca como oyente, pero conoce a Fajardo. La persona que oye su música conocerá a Fajardo, pero posiblemente no sabe a quién leyó la incitación. A mitad de camino, Fajardo extiende su derecha-música-mano-pintada-en-guitarra para alcanzar a uno y su izquierda-música-mano-pintada-en-guitarra para alcanzar al otro. Y suben los tres.
Y cuando Fajardo termina de tocar en tu ciudad: Y el concierto se acaba, y ya no estás con él en la altura. Pero tampoco en el otro extremo. Tampoco en profundos agujeros, en hondas y lóbregas cavernas subterráneas donde otros cantautores nos pintan tópicas desesperanzas. Estás en un sitio peor. Estás de nuevo al principio. Estás de nuevo a media distancia entre arriba-música-pie-de-escalera y abajo-música-pie-de-escalera. Y destemplado. Ya no estás en lo alto, donde hueles el frío del aire oxigenado después de una brutal tormenta emocional. Pero tampoco en lo bajo, donde la tierra gris y caliente señala que allí hubo una gigantesca hoguera.
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Martes de Octubre en La Faena II. 21:30 horas, 5 euros.